jueves, 4 de diciembre de 2008

El Mercurio: editorialistas con pasamontañas

El Mercurio: editorialistas con pasamontañas


Me había resistido, pero fui a ver El Diario de Agustín. El tema me bloquea, me duele. Pero saqué fuerzas y una tarde calurosa me metí en una sala en penumbras para ver cómo se ve de afuera lo que yo viví adentro.
Realicé mi práctica profesional en El Mercurio con las últimas linotipias, en los años de la toma de la Católica, el asesinato de Pérez Zujovic, los cristianos por el socialismo. Y regresé a la empresa a fines de los 70, plena dictadura, hasta mi renuncia en el 92.
O sea, trabajé con tres directores desclasificados por El Diario de Agustín.
Con el “colorado” Silva Espejo. Los amigos de mi padre, Juan De Luigi, aseguraban que él le puso el mote en furibundas diatribas desde el diario El Siglo, Extra y Ultima Hora. Todo el ímpetu italiano y comunista de mi progenitor lanzado contra el “colorado” por su anticomunismo y simpatías nazis.
Con Arturo Fontaine. Lo vi bajar con sus bártulos, humillados sus modales de caballero, literalmente arrojado por Agustín Edwards por la espléndida y señorial escalera de calle Compañía, ante la mirada incrédula de sus empleados.
Y con Agustín, claro, el dueño, “el patrón”, como alguien dice sin vergüenza en el documental.
Aquella escalera de El Mercurio era como la de “Lo que el Viento se llevó”.
Y eso es lo que me pasa, que un ventarrón pasó y se largó con todo.
Los chicos enamorados del periodismo, idealistas, con fe de carboneros en la libre expresión, que llegábamos al diario a fines de los 60, recibíamos instrucciones claras: a El Mercurio no se lo desmiente, los “mercuriales” recurren a todas las fuentes y las confirman, en El Mercurio no se redacta, se escribe bien; ustedes son reporteros y cronistas, no tergiversan, no opinan, no editorializan.
Ja. O mejor, snif.
Una ventolera se llevó las palabras. Se las llevó Agustín corriendo a EEUU a pedirle a Nixon que botara el gobierno de Allende, el diario recibiendo millones de dólares para desestabilizarlo, los nuevos “reporteros” acogiendo información de la DINA y CNI para tapar asesinatos, los economistas de Pinochet haciendo triquiñuelas para salvar económicamente a El Mercurio. Y todos, todos nosotros, los “mercuriales” de entonces, señora, somos responsables por no haber ejercido nuestra profesión: por no haber investigado las brutalidades que nos lanzó a la cara el Informe Rettig. Así como los de Copesa de los Picó, los canales y las radios, cuyos dueños no hacían oposición a Pinochet.
Yo hice mi mea culpa y si bien me dio una cierta paz, el horror me persigue como fantasma.
Y, claro, eso es cosa de cada uno. Pero, por la pucha, el tiempo pasa y bajará Dios a preguntarles. Se los digo yo, que no soy católica.
Y que al ver El Diario de Agustín me sobrecogí con los dichos de personas con las que trabajé y respeté. Al señor Alvaro Puga no lo conocí y, al menos, es obscenamente sincero: le faltaron muertos.
¿Pero Arturo Fontaine afirmando que el cierre de Puro Chile, Clarín, El Siglo, le vino bien “porque nos quedamos sin competencia”?.
¿Y María Beatriz Undurraga? Hizo su práctica en El Mercurio en la misma época que yo, linda, ingeniosa, excelente reportera, me consta que traíamos los mismos ideales…
Es que por aquella escalera rodaron los sueños e ilusiones.
Sólo El Mercurio sigue incólume.
Tiene pilares fuertes. Para los periodistas es un imán: se puede seguir pasando piola sin asumir nada, echándole la culpa sólo al “patrón”, pelándolo a sus espaldas y cobrando buenos sueldos. ¿Cuántos han llegado ahora allí, provenientes de la gloriosa oposición a Pinochet?. Y eso que ahora no hay DINA, ni CNI, ni dictadura y Agustín está vivito y coleando.
El Mercurio no caerá nunca porque es un poder fáctico.
Es el poder del dinero, de los acaudalados de este país que son feroces para defender sus intereses (¡ya lo hemos visto!).
Es el poder de la gente “decente”, que es un término muy mercurial para identificar a los con buenos apellidos, los que se encuentran en misa de 12, los emparentados con los que perdieron sus tierras con la reforma agraria, los que vieron sus empresas intervenidas con Allende y las recuperaron con Pinochet, hijos de, casados con, los que veranean en, los que estudiaron en, los que viven en, los que mandan a su proles a los colegios tal.
Es el poder de los cruzados de la llamada “agenda valórica”, confesionales del Opus Dei, Legionarios de Cristos, Schoentatt y otra ramas católicas, ultra conservadores de sus tradiciones y abolengos, hombres que “ofrecen su trabajo al Señor” cuando invierten, cuando especulan, cuando despiden trabajadores, estrictos en la defensa del matrimonio, la familia y la propiedad privada, que fruncen la nariz con la píldora del día después pero miran para otro lado ante la tortura.
Poder de tiburones que, como esos escualos, arrastra a su paso a cientos miles de pececitos parásitos, serviles apitutados y escaladores.
¿Donde está el núcleo de la fuerza de El Mercurio? En los anónimos escribidores de su Página Editorial, equipo de señores embozados, implacables, que dictan pautas, aplauden, fustigan, mienten, manipulan información para que nada toque su imperio y su doctrina.
Ese el verdadero poder en las sombras mercurial, un grupo de encapuchados que ni siquiera la exhaustiva investigación de los tesistas de la Chile, (a todos los felicito, igual que a los realizadores de El Diario de Agustín, Agüero y Villagrán), lograron descubrir.
Cuando nos criticaban de afuera, nosotros, los chicos brillantes de El Mercurio decíamos: “Ah, pero esos no son periodistas. Esos hacen editoriales”.
Como si fuera poco.
Señores editorialistas con pasamontañas, nos derrotaron.
Nos partieron el alma.

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